Escribe un relato inspirado por la frase «Hotel California al sol de poniente»
A veces un viaje de trabajo termina convirtiéndose en unas improvisadas vacaciones.
Eso fue exactamente lo que me sucedió en mayo de 1973 cuando tuve que acudir a un congreso de Telecomunicaciones en Phoenix (Arizona). Cruzar el charco era entonces una aventura que sólo podía soportarse gracias al bourbon y los barbitúricos y de la que tu espalda salía raras veces indemne.
Debido a un cambio de programación, tuve la suerte de terminar una semana antes de lo previsto, así que, ansioso de conocer el naciente Sylicon Valley, alquilé un Chevrolet Camaro y me dirigí a San José recorriendo los casi mil kilómetros que separaban ambas ciudades en dos días. Podía haber cogido un autobús, pero quería disfrutar de un viaje que seguramente no repetiría en mi vida, parando donde me apeteciese y dejándome llevar por el paisaje desértico e irregular que recorrieron nuestros ancestros en los siglos XVI y XVII.
Salí temprano y paré a comer en San Bernardino, una ciudad a una hora escasa de Los Angeles, ahí estuve dudando si desviarme para conocerla o dirigirme directamente a Bakersfield que marcaba la mitad del trayecto que quería realizar. Al final opté por seguir viaje con la esperanza de no llegar muy tarde al hotel que había reservado.
EL caso es que me perdí por la maraña de carreteras que cruzaban el valle de San Joaquin y se me hizo de noche. Maldiciendo mi suerte deambulé de un pueblo a otro por una zona desértica que me era completamente desconocida y cansado de conducir, decidí parar en el primer hotel que encontrase y retomar el viaje a la mañana siguiente.
El primer hotel con el que me crucé, que era prácticamente un motel de carretera, estaba en medio de la nada, se llamaba Hotel California. Atendía la recepción una muchacha muy mona que hablaba español con bastante soltura, algo que agradecí enormemente dado mi pésimo nivel de inglés.
Me condujo a un pequeño bungalow, el numero 13, y me ofreció cenar en la cantina del hotel. Acepté la propuesta y, tras acomodar mi equipaje, me dirigí a un pequeño edificio en cuyo porche se podían distinguir mesas de madera, como las que se pueden ver en las áreas de descanso, junto a una soberbia barbacoa de la que emanaba un olor a leña y carne que abría el apetito inmediatamente. El local estaba bastante animado. Unos altavoces emitían música de la cadena American Country Countdown y había parejas de jóvenes bailando a la luz de unas mortecinas bombilla en una especie de tablado anejo a la cantina.
Entré y pedí la carta a una de las camareras del local. Como la recepcionista, era una mujer hermosa y agradable que me ofreció algunos platos fuera de carta. En aquella cantina se servían asados, barbacoa y comida Tex-Mex… nada mas típico.
Comí, bebí mas de la cuenta, bailé y conocí a una chica con la que acabé pasando la noche en mi bungalow. Mis recuerdos están un poco borrosos, pero la sensación que me quedó es que fue una buena noche.
Al día siguiente, al despertar, ella ya no estaba a mi lado. Me levanté me di una ducha y me preparé para seguir viaje. Al salir, el vigilante me saludó con un “See you” (hasta luego) como si pensara que volveríamos a vernos… quien sabe, quizá de regreso a Phoenix parase otra vez en este hotel.
Y aquí empezó lo extraño, tras un día completo conduciendo por carreteras secundarias volví a darme de bruces con el hotel California. Agotado y molesto volví a alojarme en él. Me dieron el mismo bungalow y pase, de nuevo, una buena noche, aunque esta vez sin compañía.
La historia se repitió un día tras otro. Daba igual que carretera tomase o en que dirección, al finalizar el día, el Hotel California aparecía ante mis ojos.
Pasaron semanas, meses y años… Y aquí sigo, sentado en el porche de mi Bungalow, al mortecino sol de poniente, contemplando una puesta de sol que ya me parece hasta bonita.
Mañana volveré a la carretera. Quizá algún día se rompa la maldición y pueda salir del Hotel California.
“You can check out any time you like, but you can never leave.”
(Eagles)