En tu frente vencida
por el silencio
bajo una luz doliente y mortecina,
con un infinito vacío en las entrañas,
sin aire que aspirar,
solo tu aroma,
que llenaba fugaz toda la estancia,
puse mis labios
húmedos de llanto,
tal como hacía en los años que fui niño,
en esa comunión inexplicable
de certeza, consuelo y alegría,
para dejar en tu piel la huella del cariño
que no supe expresarte tantas veces.
Ya no hay nada que pueda revelarte,
ninguna confesión,
ningún consejo,
no queda sino la certeza de que corre
tu sangre enloquecida por mis venas,
y que estarás conmigo mientras viva tu recuerdo
en lo que siento que me queda de condena.
Yo seguiré viviendo prisionero
de ese amor que entregaste sin medida,
del ejemplo que en todo me ofrendaste
y de estar detrás
siempre observando
por si tu mano era apenas requerida.
Solo un beso no expresa lo que quiero,
quisiera darte mil
y cada día
abrazarte como el aire abraza al fuego,
para llenar de calor la noche fría.