La mecedora

—Hola Luisín, ¡que alegría verte!

—Hola abuelo… mamá me ha dicho que la espere aquí, que me recoge dentro de un rato.

—¡Perfecto!, ¿has merendado?

—No

—Pues vamos a prepararte algo… ¿Que tal el cole?

—Bien… bueno, casi todo, porque las mates me están costando mucho.

—Es normal, es que las mates son difíciles… pero seguro que consigues aprobarlas, tu eres muy listo.

—Lo normal, abuelo, lo normal…

Ricardo entró en la cocina acompañado de su nieto y preparó un cola-cao en una taza grande. También sacó de la alacena unas galletas “campurrianas” y puso unas cuantas en un plato. Abuelo y nieto se sentaron en la mesa de la cocina mientras Luisín daba buena cuenta de la improvisada merienda.

—Abuelo, cuando termine me pondrás la tele?… es que echan unos dibujos que me gustan mucho.

—Claro que si, ¿que dibujos son?

—Unos de un chico que tiene una máquina que viaja por el tiempo. Es muy divertida.

—Pues nada, vamos a ver esos dibujos…

Terminada la merienda se dirigieron a la salita y allí Luisín sintonizó el canal con los dibujos. En el episodio de ese día Kevin, que así se llamaba el protagonista, viajaba a la Italia del Imperio Romano y vivía una aventura con un grupo de gladiadores… la verdad es que la serie era entretenida, pensó Ricardo.

Cuando estaba terminando el episodio María, la madre de Luisín llegó para recogerlo.

—¡Gracias por quedarte con él, papá!

—¡De nada hija!, ya sabes que me encanta verlo… además hemos pasado un buen rato viendo una serie ¿Verdad Luisín?

—Si, abuelo.

—No ha hecho los deberes ¿verdad?

—La verdad, hija, es que ni le he preguntado.

—Bueno, los hará ahora al llegar a casa.

—Gracias de nuevo, papá, nos vamos que tengo que hacer aún unas cuantas cosas.

—Venir cuando queráis, ya sabes que no tengo nada que hacer en todo el día.

Tras el ritual de abrazos y besos, madre e hijo salieron del pequeño apartamento donde, desde que murió Mercedes, su mujer, vivía Ricardo rodeado de sus aficiones y sus libros.

El siguiente jueves, de nuevo, apareció Luisín por casa de su abuelo.

—Hola abuelo

—Hola Luisín… ¿Unas galletas?

—Vale

Durante la merienda Ricardo le comentó a Luisín que había estado pensando en la serie que habían visto la semana pasada y que había inventado una máquina del tiempo…

—¡Anda ya, abuelo!, si eso es imposible

—No, no, la tengo en el salón… y ahora vas a verla

—Venga

Sin terminar la merienda, lleno de curiosidad, Luisín acompañó a su abuelo al salón. Allí sobre una confortable mecedora, una exquisita colección de novelas, seleccionadas personalmente por Ricardo, yacían amontonadas.

—¿Esto es? —peguntó el chaval señalando la mecedora

—Si, y te voy a explicar como funciona: lo primero que tienes que hacer es elegir un libro, luego dejas los demás en el suelo, junto a la mecedora y te sientas en ella. Abres el libro por la primera página y empiezas a leer… créeme si te digo que en un periquete estarás viviendo una aventura en un lugar lejano y en otro tiempo. Conocerás a un montón de personas entrañables y a seres malvados que tratan de hacerles daño… y cuando cierres la tapa del libro, volverás aquí, al presente, sin haber sufrido ni un rasguño. ¿No te parece estupendo?

Esta entrada fue publicada en Sobre fotos. Guarda el enlace permanente.