Escribe un relato centrado en la frase «Una infidelidad asumible»
Alicia Von Hashtag se levantó esa mañana con ganas de filosofar.
Mientras le servían el desayuno en la salita de invierno, mirando el blanquecino jardín, pensaba sobre cómo se habían desarrollado los acontecimientos tras la muerte del Barón.
El Barón había sufrido un infarto mientras desataba toda su pasión con Sofía, una criada jovencita contratada el pasado año para ayudar a Helda, el ama de llaves, que estaba próxima a jubilarse.
Fue Helda, precisamente, quien despertó a Alicia a altas horas de la madrugada para informarle de la desgracia. Con ella se dirigió a la habitación de su marido, pues hacía ya varios años que dormían en habitaciones separadas, para constatar el hecho y dar las órdenes oportunas.
Tras la breve visita del médico y la correspondiente certificación de fallecimiento, con ayuda de Helda, lo dispuso todo para el velatorio y ordenó llamar al administrador para informarse acerca de la situación económica de la familia.
Para su tranquilidad, el Barón, pese a ser un poco borrachín, había moderado bastante sus caprichos, de modo que sus finanzas estaban saneadas y las inversiones realizadas en los últimos años, sin ser nada espectacular, estaban produciendo beneficios suficientes para mantener el nivel adecuado a su posición social.
Con gran dolor de su corazón se vio forzada a despedir a Sofía, a quien había tomado cierto cariño, ya que, dadas las circunstancias de la defunción de su esposo, no se podía permitir el lujo de dar pábulo a juicios maliciosos por parte de su círculo de amigos.
Mientras saboreaba su café pensó que, en el fondo, debía estar agradecida a Sofía, pues había trocado la molesta condición de esposa engaña por la de honorable viuda, algo que, a todas luces, aportaba serenidad a su existencia.
Respecto a la tolerancia con la que había admitido los deslices de su esposo Alicia no pudo menos que meditar sobre las condiciones que le habían llevado a asumir tal situación.
La primera de ellas, sin duda, era la dependencia económica que ella y sus muy arruinados parientes, tenían del Barón. En eso, justo es decirlo, su marido había sido generoso y, siempre que no se cayese en extravagancias, había admitido sostener la carga familiar de su esposa.
La segunda fue, sin duda, la carencia de amor. Los de Vries y los Hashtag habían pactado el matrimonio por conveniencia mutua, algo bastante usual entre familias pudientes. Tras cumplir con la formalidad de proporcionar un heredero, Alicia dio por concluidas sus obligaciones maritales, algo que el Barón aceptó sin aspavientos.
La tercera fue la discreción con la que su marido cubría sus necesidades. De haber sido de otra forma Alicia se habría visto en la obligación de llamarlo al orden. Como contrapartida, el reguero de sirvientas que habían desfilado por la mansión había hecho correr el rumor de que Alicia era una señora muy exigente con el servicio, un mal menor que era fácil asumir.
Al terminar su desayuno, Alicia se dirigió al despacho de su marido. Hacía tiempo que le había echado el ojo a Herbert Van Dyck que, como ella, había enviudado recientemente. Tal vez fuera el momento de citarlo con la excusa de consultarle acerca de cómo invertir unos ahorros.
Con letra primorosa empezó a escribir en el tarjetón: “Estimado señor Van Dyck…”