La brisa mece las olas
en el viejo malecón
y a la luz de las farolas
fardos de blanco algodón
oyen vibrar el bordón
de una guitarra lejana
que pena y amor desgrana
con un ritmo sanluqueño
que es en manos de su dueño
melodiosa filigrana.
Llora por una gitana
que agitaba su pañuelo
cuando el barco de la Habana
sobre el mar alzaba el vuelo
para llegar a ese cielo
que fortuna prometía
a todo el que se subía
para afrontar su destino
bajo el brillo nacarino
que sus velas contenía.
La noche pasa serena
y la música se apaga
dejando que aquella pena
que por el puerto divaga
se afile como una daga
y se clave en el poeta
abriendo en él una grieta
de la que brote furiosa
una guajira melosa
que escribir en su libreta.