No me preguntes cómo – querida Bianca – pero lo supe.
Lo supe al mirarle a los ojos.
Los celos lo consumían en una hoguera que estaba empezando a crecer sin control.
Temí por mi vida.
Y así fue.
Entró en el dormitorio dispuesto a ahogarme… al subir a la cama fuera de sí, sintió en su pecho el puñal que tuve la precaución de guardar bajo mi almohada.
Su rostro pasó de la ira al asombro y del asombro al vacío.
Desdémona
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