– Buenos días, ¿restaurante “el baluarte”?, quisiera hacer una reserva.
– ¿Para que día?
– Para el miércoles.
– Pues no se yo… déjeme que mire… ¿Cuántos serán?
– Seremos diez personas.
– ¿Y a que hora la quieren?
– A las 2 de la tarde.
– A ver… Si, puedo reservarles diez plazas en varias mesas
– ¿Perdón?, ¿Ha dicho usted varias mesas?
– Si, puedo poner a dos en la mesa 3, a uno en la mesa 8, a tres en la mesa 12 y al resto en la barra.
– Pero queremos comer juntos.
– Eso va a ser imposible… y además no todos podrán sentarse, los de la barra solo pueden usar dos taburetes.
– ¿De verdad no puede ponernos en una mesa a todos?
– No, en este restaurante la política es ir dando las sillas conforme las van pidiendo.
– Bueno, lo consultaré con los demás, en cuanto al menú…
– No puede elegir menú hasta que esté sentado.
– ¿No puedo acordar un menú?
– No, no puedo decirle que habrá para comer ese día.
– Pero se podrá pedir pescado frito.
– Ya veremos… depende del cocinero… Ah, y sean puntuales, si a las dos y cinco no están sentados en sus sillas se las daremos a otros.
– ¿Estoy llamando a un restaurante verdad?
– Si.
– ¿Y venden comida?
– Si, claro.
– Pero estará cocinada…
– Claro hombre, ¿porqué pregunta usted eso?
– ¿Y tendremos que pagarla?
– Por supuesto.
– Es que por las condiciones que me está poniendo, he llegado a pensar que la regalaban.
– Mire, si va usted a hacerme perder el tiempo…
– No, no le hago perder el tiempo, es que estoy sorprendido.
– Entonces… ¿quiere la reserva o no?
– Si, pero me gustaría saber si nos va a poner alguna condición más.
– La verdad es que si.
– ¿Por ejemplo?
– ¿Alguno de ustedes habla tagalo?, es que el camarero es filipino y no entiende bien el español.
– No, nadie de nosotros habla tagalo…
– Ya… pero por lo menos podrán venir vestidos de etiqueta
– ¿De etiqueta? ¿Con el calor que hará el miércoles?
– Caballero, esto es un lugar público, deben venir ustedes correctamente vestidos
– ¿Si, pero no le basta a usted con que llevemos corbata?
– Podríamos hacer una excepción si acordamos previamente los colores de las corbatas.
– ¿Admiten tarjeta?
– No señor, ni tarjeta, ni cibermoneda ni billetes del monopoly.
– Hombre, no me lo pone usted fácil.
– ¡Que quiere que le diga, es la política de la casa!
– Bueno, pues dígale al encargado de mi parte que se meta una paella para diez personas por la retambufa… buenas días.
Manolo colgó el teléfono con una sonrisa en los labios
– ¿Quién era Manolo? – preguntó Amparo.
– Otro que llamaba al restaurante, estoy hasta el gorro de que nos llamen para hacer reservas.
– ¿Pero no lo hablaste con el restaurante?
– Si, pero no han cambiado el teléfono en la publicidad y nos siguen llamando a casa.
– Te vas a buscar un lío, Manolo.
– El lío lo va a tener el restaurante cuando empiecen a llegarle las reseñas de internet.
– ¡Eres incorregible Manolo!