El ornitorrinco

Hace millones de años, en el Tiempo del Sueño, el Gran espíritu de la Vida empezó a soñar.

De su sueño nacieron el Cielo, la Tierra y el Mar, y entonces cedió el Sueño de la Vida a los otros Espíritus Creadores para que continuasen su trabajo.

Barramundi, el pez, soñó con las olas y las profundidades marinas, y como no le interesaban las demás cosas, pasó el Secreto del Sueño a Currikee, la tortuga.

Currikee soñó la arena, las rocas y el sol y entregó el sueño a Bogai, el lagarto, que a su vez soñó con las nubes y el viento mientras el sol calentaba su espalda.

El Secreto del Sueño pasó a Bunjil, el águila y luego a Conerang, la zarigüella, y así se crearon las selvas y el cielo nocturno.

Al final, el Sueño pasó a Kangaroo que creo las inmensas praderas amarillas y terminó entregando el Secreto al hombre.

Fue en algún momento, entre los sueños de Currikee, Bogai y Bunjil, cuando nació el ornitorrinco.

Creía el hombre, heredero de los sueños de los Espíritus Creadores, que el ornitorrinco fue fruto de una pelea.

Dicen que empezó siendo nutria y que Currikee, por un capricho, le dotó con las características de un pato. Molesto por la intromisión en los sueños de las Aves, Bunjil quiso impedir su vuelo arrancándole las alas y cambiando su emplumada cola por la de un castor. De ese modo, el ornitorrinco estaría condenado a vagar por los ríos sin poder asumir nunca completamente su naturaleza de ave.

Quedó así como mamífero ovíparo y en su frustración por hallarse entre los mundos de las especies se tornó venenoso.

Tal es la historia de la creación del ornitorrinco.

O al menos, así me la contaron los Yamatji (los hijos del los hombres) una noche de agosto en la Reserva Natural de Yamungari.

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