Escribe un relato con lo que te inspire esta foto:
«Pferdekutsche, günstig und gut. Spaziergänge durch Sevilla».
«Calèche, bon marché et bon. Promenades pour Séville».
«Horse carriage, cheap and good. Walks through Seville».
Los cocheros se desgañitaban tratando de atraer a los turistas a sus calesas. Desde que se había declarado a Sevilla “Parque temático de la humanidad”, el panorama había cambiado mucho.
En enero de 2030, siguiendo a rajatabla los dictámenes de la agenda, se había promulgado la “Ley de cesión de viviendas habituales para disfrute turístico”. Según esta ley, las personas empadronadas en los barrios de los distritos Centro y Sur de Sevilla, tenían la obligación, so pena de multas millonarias e incluso cárcel, de poner a disposición de la Junta de Andalucía y la Delegación del Gobierno sus viviendas habituales para su gestión turística por parte los organismos oficiales. La ley obligaba a una cesión de al menos seis meses, a contar desde marzo, y quince días en diciembre coincidiendo con las fiestas navideñas.
Roberto había salido bastante bien parado porque su piso lo habían metido en la categoría C+, “viviendas aptas para disfrute de parejas de ancianos y familias monoparentales sin mascotas”, lo cual garantizaba que el mantenimiento posterior a la cesión sería bastante liviano. En cambio, Luis estaba que trinaba… su adosado entraba en la categoría B-:”viviendas aptas para familias numerosas inglesas, hinchas de futbol y excursiones universitarias de larga duración”. Luis tenía la certeza de que cuando “esos animales”, tal como se refería a ellos, dejasen su casa, tendría que llevarse un mes haciendo obras y reparando desperfectos.
Roberto y Luis vivían, esos periodos, en el “Campo de desplazados” del charco de la pava, donde habían habilitado unos contenedores de barco para que hicieran las veces de residencia provisional para los afectados por la ley.
En cuanto a los trabajos de ambos, también afectados por la ley, Luis había tenido más suerte que Roberto. Como Luis trabajaba en una casa de cambio de divisas, mantuvo su puesto, pero como Roberto trabajaba de pasante para un bufete de abogados, tuvo que cambiar de actividad. A Roberto lo seleccionaron para camarero de caseta de feria (en la Feria de abril permanente de Sevilla”) y, a tiempo parcial, como dependiente de tienda de souvenirs en Puente y Pellón.
Sentados en el autobús municipal que los acercaba cada mañana a sus puestos de trabajo, Luis y Roberto comentaban lo mucho que había cambiado Sevilla.
– Ayer – decía Roberto – tuve que preparar sashimi de atún para una pareja de japoneses que decían que no les gustaba el jamón… y un alemán me pidió que le pusiera la cerveza caliente.
– ¿Y que hiciste?
– Metí un tercio de Cruzcampo en el microondas y le di dos minutos a 180 grados. Cuando serví la copa hasta humeaba.
– ¡Válgame Dios!, ¡Cómo está la cosa!
– No sé donde vamos a llegar – sentenciaba Roberto.
– Pues yo tuve ayer una discusión con un sueco que quería que le cambiase bitcoins por euros.
– Pero ¿Eso se puede hacer?
– En mi sucursal no… No veas la que pasé para indicarle que tenía que ir a Plaza Nueva a hacer el cambio.
– Esto se nos ha ido de las manos.
– ¡Y que lo digas!
Luis se bajó primero y, ajustándose el sombrero cordobés y el chalequillo, que era su uniforme de trabajo, se dirigió a la casa de cambios. Roberto aprovechó las dos paradas que le quedaban para repasar los alamares de la esclavina y cepillar un poco la montera. El color del traje de luces era un poco chillón, pero es que su caseta se llamaba “Carlos Arruza” y el uniforme de los camareros se inspiraba en un traje morado que le hizo famoso.
Marisa, la camarera de su caseta, venía hoy con un traje de flamenca rojo con lunares blancos… a las chicas les dejaban cambiar el traje cada dos días, siempre que tuvieran al menos tres volantes en la falda.
Roberto la esperó en la entrada de la caseta. La verdad es que la chica era muy guapa, y lista, que antes había sido contable en una multinacional.
Al llegar la saludó afectuosamente:
– Hola Marisa, ¿Que tal has descansado?
– Bien, Roberto, bien, pero no acabo de acostumbrarme a esto.
– ¡Qué le vamos a hacer! – dijo Roberto apesadumbrado- ¡Para esto hemos quedado!