La puerta

Escribe un relato que empiece por la frase «Tiene que haber una salida para tanto dolor»


Tiene que haber una salida para tanto dolor…

Bajo un cielo despejado, al atardecer, sentado en el porche, frente al minúsculo jardín de su adosado, Andrés dejaba que su mente divagase en busca de una solución que se resistía a revelarse. Diez años de ejercicio como psicólogo clínico le habían proporcionado la veteranía suficiente para afrontar casi cualquier cosa… pero esto le superaba.

Las circunstancias que rodeaban a Siloé Expósito eran sencillamente aterradoras. Con doce años mal cumplidos ya acumulaba tal cantidad de hechos dolorosos que harían falta tres vidas para poder asimilarlos.

Nacido en una familia gitana y trashumante, había presenciado la muerte violenta de sus padres y de dos hermanos en una interminable “vendetta” que iba diezmando poco a poco el clan al que pertenecía, había sufrido abusos, había vivido en una situación de maltrato continuado que asumía con una naturalidad incomprensible… mostraba una severa dislexia y, en las pocas sesiones que había tenido con él, Andrés ya había identificado en el niño dos trastornos de conducta.

Siloé era un ejemplo de la infinita capacidad humana para soportar el dolor, pero su obligación, su trabajo, era sacarlo de ese pozo oscuro deshaciendo la maraña de sentimientos encontrados que bullían en su pequeña cabeza.

Un Juez lo había sacado de las garras de su clan mandándolo a un Centro de Menores en otra provincia, el Centro en el que Andrés prestaba apoyo como psicólogo. Tras un aterrizaje conflictivo, Siloé parecía haberse hecho a la nueva situación. Permanecía voluntariamente aislado de los demás niños porque le costaba mucho socializar.

Tenía que haber una salida para tanto dolor, pero Andrés era incapaz de encontrarla. Cansado de darle vueltas, el psicólogo llevó su frustración al dormitorio esperando que un sueño reparador le condujese a una nueva perspectiva.

A la mañana siguiente, cuando se dirigía dando un paseo al Centro de Menores observó que un niño se había encaramado a la tapia y miraba fijamente en una dirección. Al acercarse se dio cuenta de que el niño era Siloé que, embelesado, veía jugar a los perros en el parque.

Andrés sacó su teléfono del bolsillo, llamó al Director del Centro y tras una breve conversación colgó y cambió de rumbo.

La solución había estado siempre ahí, delante de sus narices. Era la solución universal, la salida que todos necesitamos, algo tan arraigado a la humanidad que solo se percibe cuando falta. Siloé necesitaba amor. Un amor incondicional, sincero, leal… un amor que le permitiera abrir su corazón, que ayudase a tirar del hilo de sus miedos, que le diera confianza…

Tras una rápida visita a la tienda de animales, Andrés regresó al Centro de Menores llevando un cachorro de labrador entre sus brazos… y en su bolsillo un a solicitud de adopción.

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