Escribe un relato basado en esta foto
Ganó el concurso fotográfico del Casino de Torrelodones en 1997.
En la foto puede vérseme junto con mi pareja de baile, Adelaida Martínez, un par de segundos antes de que nos descalificaran y mi actividad como bailarían entrase en vía muerta.
La sexta edición del certamen “Carlos Gardel” de Buenos Aires nos había mantenido ocupados casi todo el año. Las horas que empleamos ensayando los pasos se podían contar por miles. Cada día, o casi, durante nueve meses, habíamos estado bailando una media de tres horas en la sala de nuestra escuela.
Doña Candelaria, la maestra de baile, nos había dirigido y entrenado con una actitud draconiana. Raro era el día que no salíamos de la escuela doloridos, agotados y mascullando maldiciones. Pero el entrenamiento dio sus frutos. A un mes del certamen ya éramos unos auténticos maestros del tango.
Preparamos una cuidada coreografía que permitía demostrar las habilidades que con tanto esfuerzo habíamos adquirido. El resultado fue, a decir de Doña Candelaria, “más que brillante”.
Cruzamos el océano y llegamos a Buenos aires desbordando ilusión. Nos tocó bailar el tercer día.
Vimos pasar ante nuestros ojos a extraordinarios bailarines, pues no en vano Argentina es la cuna de este baile. De ellos tomamos algunas ideas para redondear nuestra actuación. Nada rompedor, solo pequeños detalles que endulzaran la coreografía ensayada. Las ensayamos y, desechando las que no salían a la primera, afinamos nuestro baile como se afina un piano antiguo: con delicadeza y cariño.
El día de la actuación estábamos preparados para dar un espectáculo memorable.
Salimos a la pista con la seguridad de quien podía repetir cada paso con los ojos cerrados, sin pensar en ellos, con la misma naturalidad con la que se anda.
Arrancó la orquesta y empezamos a bailar.
Apenas habíamos dado los primeros pasos, escuchamos aplausos. El público estaba admirado por nuestro ritmo y nuestra técnica. Entre aplauso y aplauso fuimos desarrollando la coreografía con la precisión de un reloj suizo, y al llegar al clímax de la danza, Adelaida se retorció de una forma imposible, tal y como habíamos ensayado, para arrancar los enfervorecidos aplausos del público que, definitivamente, se rendía mansamente a nuestra maestría en la danza.
Y al recuperarse de la pirueta, se escurrió de mis manos dando con su cuerpo aparatosamente en el suelo y llevándome consigo en la caída.
Se hizo el silencio y tres segundos después el jurado alzó las tarjetas de descalificación.
Avergonzados, dejamos la pista de baile primero y Argentina después.
En el avión analizamos que había pasado, pero no podíamos determinar quién había cometido el error. No volvimos a hablar de ello. Al llegar a España se deshizo la pareja de baile y yo me di de baja de la escuela.
Ahora ando buscando nueva pareja, pero en este mundillo tan pequeño, ya me han apodado “el resbaladizo”, y, sinceramente, no creo que nadie quiera arriesgarse conmigo.