Haz un breve relato en el que predomine el diálogo y esté narrado en primera persona (narrador protagonista)
Cuando llegue al “Tívoli”, un bar de Lavapiés que había conocido tiempos mejores, el coche patrulla ya estaba en la puerta.
Al fondo del local, Ramírez, con su libretita en la mano, hablaba con el camarero, un hombre de aspecto sudamericano, que parecía bastante impresionado por la enorme humanidad del detective.
—Hola Ramírez – dije dirigiéndome al policía- ¿Qué tenemos?
Ramírez se acercó a mi diciendo
– Mal asunto, jefe, un fiambre con un escopetazo en las tripas.
– ¿Qué sabemos de él?
– El tipo se llamaba Juan de Dios García, un tolay con más pluma que “la venenos”, que se dedicaba al trapicheo de farlopa…
Me acompañó hasta donde estaba el cadáver.
La víctima estaba en el suelo, parcialmente apoyada en la pared, junto a la puerta del cuarto de baño. Era un chico joven, blanco, de unos treinta años, con buena pinta. Llevaba ropa de marca, un poco chillona, y los ojos, labios y uñas pintadas. No parecía un parroquiano al uso del barrio.
– Según parece – continuó Ramírez – le pillaron saliendo del tigre y le dieron lo suyo con una recortada.
– ¿Y el asesino?
– Dice el panchito – en referencia al camarero – que ha sido un mohamed de la zona… pero si quiere mi opinión, sería la primera vez que veo un jalufo pringar a una princesa a cañonazos… son más de filo.
– Resumiendo, Ramírez, un camello gay asesinado por un magrebí con una escopeta.
– Si, jefe.
– Yo tampoco me lo trago, este oculta algo. Que cierre el local y nos acompañe a comisaría a tomarle declaración. Tu quédate a esperar al forense. ¿Quién está de guardia?
– El «tiquismiquis”, jefe, hoy nos dan las uvas.
El doctor Arístegui, al que apodaban “el tiquismiquis”, era uno de los mejores forenses que teníamos en la comisaría. Le llamaban así porque era minucioso hasta la exasperación, pero la verdad es que hacía un excelente trabajo.
– ¿Hay algún testigo más?
– ¡Qué va!, ya sabe que estamos en nohevistolandia… si había alguno ya estará en Algeciras.
– Bueno, pues me voy para la comisaría a abrir el expediente. Si te tropiezas con “el chinchetas” o “el marques” diles que estén atentos a lo que se cuece. A ver si se enteran de alguna cosa que nos ayude.
– Vale jefe, yo me encargo.
– Y nada de leña Ramírez, que te conozco.
– ¿Leña yo? -dijo Ramírez poniendo cara de no haber roto nunca un plato- ¡Pero si soy un angelote de Machín!…
Dejé al angelote de Machín en el bar y volví al coche.
– A la comisaría, Roberto, que tenemos trabajo.
– A la orden, jefe – contestó mi chófer.
Circulamos lentamente por las calles de un Madrid ceniciento y apático, por lo que una vez fue un barrio castizo, popular y alegre que, poco a poco, iba adquiriendo el aspecto de un guetto. Miraras donde mirases, ojos extranjeros te devolvían la mirada. Había subsaharianos, magrebíes, asiáticos, sudamericanos… una mezcla que, contra todo pronóstico, no había causado problemas hasta la fecha. Si empezaban los enfrentamientos entre razas esto se iba a poner muy feo.
Al llegar me dirigí al despacho del comisario.
– ¿Da su permiso?
– Pasa Luis, pasa – me contestó el comisario Vergara – ¿Qué te trae por mi despacho?
– Traigo un asesinato en un bar de Lavapiés. Han matado a un camello de poca monta con una escopeta.
– ¿Un ajuste de cuentas?
– Es pronto para decirlo. Voy a abrir el expediente y a hacer los interrogatorios a ver que saco, pero es un poco raro porque el único testigo dice que el asesino era magrebí. No podemos desechar nada, pero el “modus operandi” apunta más a un sicario. En cuanto tenga algo en firme vendré a informarle.
– Perfecto Luis, si necesitas refuerzos avisa. Ya sabes que andamos regular de personal, pero siempre podemos sacar a alguno de robos para que te eche una mano.
– Gracias, señor. Si no ordena nada…
Salí del despacho del comisario camino del mío con la sensación de que este hecho, aparentemente aislado, sería sólo la punta del iceberg. ¿Escopetas recortadas en Lavapiés?… algo no cuadraba.