arena, jazmín y aceite

Ejercicio: Haz un relato en primera persona que contenga las palabras: arena, jazmín y aceite.


Olía a jazmín. El jardín de la casa de mi abuelo, a las afueras de Barcelona, olía a jazmín. Era un olor penetrante, denso pero agradable, y sus flores blancas salpicaban de luz los muros del chalé. Mi abuela, que era una mujer renacentista, sabía hacer infusiones con ellas. Lo preparaba aromatizando hojas de té verde con flores del jazmín. Pasé muchas horas de mi vida jugando con mis hermanos en aquel pequeño jardín, envuelto en ese perfume que ahora me arranca un pellizco de melancolía.

Otro de los atractivos que tenía la torre de mis abuelos era un reloj de arena. Cuando íbamos a visitarlos con mi madre, siempre me escabullía para colarme en el despacho a mirarlo. Me gustaba ver cómo la arena pasaba lentamente del cono superior al inferior haciendo un montoncito que, poco a poco, terminaba llenando algo más de la mitad del recipiente. Luego, con el dedo, hacía girar sobre su eje al reloj y lo que antes estaba arriba, quedaba abajo, y se iniciaba otra vez ese mágico llanto de arena. Cuando fui lo suficientemente mayor para llevar una reloj en mi muñeca, regalo de mi primera comunión, cronometré el tiempo que la arena tardaba en pasar de un cono a otro… como era de esperar, la precisión del reloj, pese a funcionar con arena, era sorprendente. No daba la hora, por supuesto, pero medía cinco minutos con una exactitud prusiana.

También echo de menos las meriendas. Eran meriendas sencillas, no había pasteles ni bollería industrial, solo un vaso de leche y pan con chocolate. Cuando no había chocolate, mi abuela cortaba el pan en rodajas grandes, les echaba aceite de oliva y las espolvoreaba con azúcar… ¡Un verdadero manjar para un chiquillo con las rodillas perennemente arañadas!

Jazmín, arena y aceite, componen la poción que me traslada en el tiempo a una infancia feliz en la que, pese a que no teníamos de nada, lo teníamos todo.

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