Ejercicio: Haz un relato inspirado por esta foto:
— Date prisa, dijo Querubina a Serafina, está a punto de amanecer y nos van a pillar.
— Pero si aquí no aparece nadie hasta misa de seis… nos queda más de media hora.
— Vale, pero no te entretengas, que eres muy lenta.
— No me metas prisa que luego me salen mal las cosas.
Querubina y Serafina habían sido designadas para acercarse a la capilla votiva, donde los fieles dejaban las velas encendidas, para hacer el inventario de las peticiones.
Serafina, que era una perfeccionista, apuntaba en su libreta, con una caligrafía delicada y regular los votos de la mitad que le había tocado. Querubina, más practica y un poco mas fullera, con su caligrafía apretada y veloz, hacía ya un par de minutos que había terminado con la suya.
— ¿Te ayudo, Serafina?
— No seas pesada, no hace falta…
— Es que tanta parsimonia nos vas a meter en un lio… verás como al final nos pillan.
— La culpa la tienes tu por haber tardado tanto con la bendición de las lecturas.
— Es que las de este domingo eran muy complicadas… y tu sabes que el Evangelio de San Lucas tiene lo suyo.
— ¡Calla Querubina, que como te oiga San Lucas te va a tirar de los cachetes!
— Bueno, tu sigue con lo tuyo… ¿te queda mucho?
— Ay, Querubina, que pesada eres… ya termino.
De la capilla votiva al altar mayor mediaban apenas diez metros, pero había que sortear cuatro o cinco obstáculos. Había una estatua de la Virgen del Carmen (no en vano era un pueblo marinero), un órgano de tubos enorme, un par de cancelas y varios candelabros barrocos con sus columnas salomónicas doradas.
Tan entretenidas estaban volando entre ellos que no se dieron cuenta de que Roberto Cabrales había entrado en la iglesia.
Roberto había madrugado porque tenía que ir a la ciudad a por material de pesca, y como de costumbre, antes de salir del pueblo o echarse al mar, se acercaba a rezarle una Salve a la Virgen de Carmen.
Roberto se quedó atónito a ver a Serafina y Querubina en vuelo zigzagueante camino del altar mayor.
Sin pensárselo dos veces, sacó su teléfono móvil, puso la cámara y, cuando tomaron tierra para depositar las libretitas de votos tras la silla del celebrante, fueron inmortalizadas por la cámara de Roberto.
Querubina y Serafina, con su fino oído, escucharon el clic que hacía el teléfono al tomar la foto. Se quedaron heladas.
Al darse cuenta de lo que había pasado Querubina le dijo a Serafina:
— ¿Ves lo que ha pasado?… ¡Mira que te lo dije!… ¡Verás Gabriel cuando se entere!
Apresuradamente, alzaron el vuelo para ocupar sus puestos en el remate del retablo.
Mientras subían, Querubina no pudo evitar decirle a Serafina:
— Huevona, que eres una huevona.