Situación: Te llama un notario para decirte que has heredado una fortuna de un pariente lejano que vivía en Argentina. Puedes heredar si cumples tres condiciones. ¿Cuales son esas condiciones?
—¿Y dice usted que era pariente mio? —preguntó Ignacio.
—Si —respondió el notario al otro lado del teléfono
—Y ¿Dónde dice que vivía?
—En Argentina, concretamente en la Patagonia, en San Gregorio, junto a Tierra de Fuego
—¿Y dice usted que voy a heredarlo?
—Si, siempre que cumpla tres condiciones.
—Pues usted dirá…
—La primera es que tiene que irse a vivir a San Gregorio a ejercer de pocero del pueblo.
—¿De pocero? ¿Los de las alcantarillas?
—Si
Ignacio quedó pensativo unos segundos. Lo de irse a vivir a San Gregorio podía ser atractivo, pero trabajar de pocero… con el asquito que le dan las ratas.
—¿Y cual es la segunda?
—Debe usted amputarse un brazo de su elección.
Hay que admitir que a Ignacio le sorprendió la respuesta, de modo que lo siguiente que preguntó fue
—¿A cuanto dice que asciende la herencia?
—Una finca de ochenta hectáreas a las afueras de San Gregorio con una casa de dos plantas de seiscientos metros cuadrados, una granja de pingüinos y ciento sesenta millones de pesos argentinos…
Ignacio dudó unos segundos… pensó que al fin y al cabo el brazo izquierdo tampoco lo usaba mucho, y siempre podría contratar a alguien que en vez de ser su mano derecha fuera su brazo izquierdo.
—Vale, y ¿la tercera?
—Tiene usted que comprometerse a ir a todos lados con corbata.
Ignácio montó en cólera
—¿Con corbata?… ¿Pero esto que es?… ¿Una broma?
—No Señor Ramirez le aseguro que no es una broma
—Bueno —le espetó Ignacio— pues vaya usted buscando otro pariente… ¡Llevar corbata!
—¿Entonces renuncia usted?
—Por supuesto, ¡hasta ahí podíamos llegar!
Ignacio cortó la conversación y se fue a la cocina a prepararse una tila.
Algo mas calmado, media hora mas tarde, con un atlas en la mesa y una calculadora vio que San Gregorio estaba en el quinto pino y que ciento sesenta millones de pesos argentinos, al cambio, eran unos quinientos euros. Eso terminó de convencerle de que no había hecho un mal negocio rechazando la herencia… aunque lo de la granja de pingüinos molaba mazo.