La dama blanca

—¡Os juro que la he visto! —dijo Jonás— Estaba en la colina, junto a los acantilados, mirando a poniente.

—¿No te habrás equivocado? —intervino uno de los marineros— Quizá te ha engañado la vista.

—No —insistió Jonás—, era la dama blanca. Estoy seguro. La vi cuando volvía de la escuela.

En el grupo de curtidos marineros se hizo el silencio. El maestro tenía fama de ser un hombre poco dado a la fantasía.

Una sombra de preocupación se cernió sobre los marineros. La última vez que se vio a la dama blanca fue justo antes de la gran tormenta del 79. En aquella ocasión medio pueblo quedó arrasado y se perdieron dos barcos. La dama blanca era presagio de calamidades.

—Disculpen mi intromisión, caballeros —dijo el turista—, ¿Serían tan amables de explicarme que es esto de la dama blanca?. Yo invito a una ronda.

—Siéntese con nosotros —dijo Isaac—, ¡Zacarías, otra ronda!… que paga el Inglés.

Alrededor de las pintas de cerveza tostada, en la penumbra de la vieja taberna, sobre la arañada mesa, Jonas empezó el relato.

—La historia viene de la época de mis bisabuelos. En aquellos tiempos vivía en el pueblo una linda muchacha llamada Judit. Era alta, pelirroja, con la piel blanca como la nieve. Tenía muchos pretendientes, pero ella estaba enamorada de Samuel, un joven marinero, guapo, honesto y trabajador que ejercía de segundo timonel en uno de los barcos del padre de la chica. El padre de Judit era comerciante y tenía un par de barcos que permitían a la familia llevar una vida acomodada.
Los padres de Judit querían que la niña se casara con Joel, el hijo del terrateniente, que andaba detrás de ella desde hacía tiempo. Con la boda de su hija, esperaban obtener el ascenso social que ni su dinero ni su su cuna iba a proporcionarles.

—Pero el tal Joel era una buena pieza —terció Isaac.

—Si, es verdad, era un joven mimado y antipático, —continuó Jonás— y Judit no quería verlo ni en pintura.

Jonás dio un largo trago de su cerveza bajo la atenta mirada del inglés y los demás contertulios. Dejando la jarra sobre la mesa continuó el relato:

—La cosa es que cuando Judit vio que se acercaba el momento del compromiso con Joel, dijo a sus padres que que estaba embarazada de Samuel. Judit estaba segura que al saberse la noticia los padres de Joel se opondrían a la boda, y su padre obligaría a Samuel a casarse con ella.

—¡Sería un escándalo tremendo! —dijo el inglés.

—¡Imagínese! —continuó Jonás—, el revuelo fue mayúsculo, pero las cosas salieron como pretendía Judit, salvo porque sus padres se sintieron profundamente agraviados. El padre de Judit que era un hombre orgulloso hasta el pecado, en venganza por la supuesta acción del marinero lo mandó en una expedición comercial a Canadá con la orden de que, al tomar tierra en San Juan de Terranova, Samuel fuera dado de baja de la tripulación. El barco tenía que estar fuera alrededor de dos meses, pero nunca regresó. Una tormenta en el Atlántico Norte hundió el bergantín a ochenta millas de la costa canadiense. No hubo supervivientes.

Jonás bebió otro trago, hizo una larga pausa, como meditando lo que iba a decir a continuación, y siguió narrando.

—Judit enloqueció cuando llegaron las noticias al pueblo. Todos los días subía a la colina que hay junto a los acantilados, vestida con su traje de novia, a esperar el regreso de Samuel. Transcurridos seis meses, cuando ya era inevitable constatar que lo del embarazo era mentira, Judit, acosada por su propia vergüenza, se arrojó por el acantilado.
Al día siguiente una galerna espantosa azotó al pueblo causando grandes daños.
La tradición dice que cuando se ve a la dama de blanco es porque se aproxima una tormenta de las grandes… y yo hoy, lo juro por mi vida, la he visto en la colina.

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