El arcón

— ¿De dónde será esta pequeña llave? ¿Qué cerradura abrirá? — se preguntaba Hamila.

Desde que la princesa encontró, oculta entre dos libros de la enorme biblioteca, ese mágico trozo de metal, vivía en un sin vivir. Para la imaginativa hija del Sultán, era importante, incluso urgente, hallar la cerradura que abría esa llave llena de herrumbre. Una vehemente curiosidad le corroía las entrañas.

Vagó por el palacio en sistemática búsqueda. Primero la Torre del homenaje, luego los aposentos reales, el harén, las cocheras y los almacenes, la herrería, los establos, la carpintería… no hubo cerrojo, cerradura o candado que se librara del envite de la llave, pero no hubo suerte. La misteriosa llave no abría ninguna cerradura que se hallase a la vista.

Decepcionada y un poco triste, abandonó su misión, pero un rescoldo de ese brioso fuego que le había consumido, se quedó atrapado en lo mas profundo de su ser. Hizo llamar al joyero y le ordenó limpiar y dorar el llavín y hacerle una ligera cadena de plata para poder llevarlo al cuello como adorno.

Transcurrieron unos meses sin que nada alterase pacífica monotonía que envolvía la vida de Hamila. El recuerdo de la apasionada investigación se fue deshilando dulcemente hasta desaparecer de su memoria.

Una calurosa tarde, mientras paseaba por la bodega disfrutando del frescor y de ese olor tan especial que desprenden los toneles, un destello llamó su atención. Un tímido rayo de luz había incidido en algo metálico que se hallaba oculto entre dos grandes barricas de roble. Incapaz de resistirse a su curiosidad, Hamila se acercó a averiguar de donde procedía y, para su sorpresa, encontró un arcón de mediano tamaño, ricamente labrado, con una cerradura que nunca antes había visto.

Presa de emoción se quitó el colgante e introduciendo con cuidado la llave la giró hacia su derecha. Liberada de sus anclajes, la tapa del arcón, sujeta a un ingenioso mecanismo, se abrió sola, como por arte de magia, dejando los tesoros que encerraba a la vista de Hamila.
Había en el baúl un par de hermosas capas de seda ricamente bordadas, algunos abalorios engarzados en collares y pendientes, un espejo de mano hecho de plata repujada, un par de cuadros y un viejo libro. Sin pensárselo dos veces, se sentó junto al arcón sobre una vieja estera, lo abrió y empezó a pasar las hojas con cuidado. El inconfundible aroma a papel antiguo, amarilleado por el paso del tiempo, golpeó suavemente su nariz proporcionándole una grata sensación. El libro era el grimorio de un antiguo mago. En el se describían hechizos y fórmulas para la creación de pócimas de todo tipo. Había un capítulo dedicado a filtros de amor, otro a venenos indetectables, otro a la obtención de oro por procedimientos alquímicos… recetas y conjuros estaban meticulosamente explicados y, para asombro de Hamila, no se necesitaban ingredientes extraños, con lo que había en cualquier despensa y los conjuros adecuados, podía fabricarse un bebedizo para cada ocasión.

La lectura le fascinó en tal manera que no fue consciente del paso de las horas. Sólo cuando la mortecina de luz del anochecer le obligó a forzar la vista, abandonó la lectura. Se puso en pié, devolvió al arcón todo lo que de él había sacado a excepción del libro, cerró su tapa y volvió a esconderlo entre las dos barricas. Con el libro en la mano se retiró a sus aposentos contenta y dispuesta a terminar de leerlo.

Había encontrado un verdadero tesoro. ¿Sería capaz de darle buen uso?
Empezaría por los venenos, ser la sexta en la línea de sucesión le condenaba a una boda de tercera categoría… y no pensaba permitirlo. En unos meses, gracias al libro, sería la heredera.

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