“Soy esa carta de amor que releías, en gozosa soledad, cuando la adolescencia teñía tus mejillas.
Terminaste conmigo aquella noche, en la que amortajada en un sobre, me enterraste en esa caja de zapatos que hoy espera –silente- en el altillo de tu armario.
Mi sentencia inapelable fue tu olvido y el paso de los años mi agonía y muerte.
Hoy espero que si un día decides exhumarme, al contemplar mis huesos, te envuelva una feroz melancolía y que la envejecida tinta que me ata al arrugado papel que desechaste, te recuerde el alma que tuve al conocerte y no tuviste piedad en arrebatarme.”